Expediciones 1940 – 1942

Expediciones

1940 - 1942

Desde la cuenca terminal del valle, donde está el puesto Muñoz, el macizo San Lorenzo muestra sus flancos septentrionales ásperos y cortados a pique sobre el glaciar, por muchos centenares de metros, ofreciendo poca esperanza de poder trepar su cumbre.

Un carro, que al señor Muñoz le sirve para transportar lana, nos viene a mara- villa para llevar en un solo viaje todos nuestros equipajes al otro lado del río Plat- ten, cerca de una pequeña planicie, circundada por manchones de ñirre (Nothofagus antarctica), de chapel (Escallonia fonckii) y de calafate (Berberis), desde donde goza- mos de un hermoso panorama del valle y también del San Lorenzo, que emerge por el suroeste.

Una faja casi ininterrumpida de glaciares cubre las laderas de las montañas y llena las depresiones, en una de las cuales surge el afluente del río Tranquilo. El glaciar que ocupa el final del valle indica una fase de rápido retroceso que se manifiesta en la roca desnuda y lisa, donde pocos años atrás alcanzaba su lengua terminal.

El glaciar tiene tres kilómetros de ancho y termina en una lengua sepultada por grandes montones de detritos morrénicos y pequeños lagos de aguas limosas de las que sale un torrente glacial que desemboca poco más adelante en el río del Salto.

El valle terminal del río del Salto aparece entonces a nuestros pies como una inmensa alfombra verde oscura de tupidísimos bosques, mientras, en lo alto, hacia el este, sobresalen deslumbrantes de níveo candor, los elevadísimos paredones del San Lorenzo, de 3.400 m, formando la cabecera su- roccidental del macizo.

Entretanto observamos diligentemente con nuestros prismáticos las paredes y la cumbre del macizo y nos alegramos al constatar que, salvo algunos trechos un tanto difíciles, no hay obstáculos aparentes que impidan alcanzar por esta vertiente la cumbre del coloso

Llevábamos tres cargueros con los equipos necesarios y víveres para un mes, pues sabíamos muy bien que, fuera de la carne, difícilmente podríamos haber conseguido otra clase de alimento.

A dos kilómetros del río y sobre un llano surca- do por un arroyo, alcanzamos la localidad de Cochrane: una casita que sirve de escuela-internado para los hijos de los pobladores, una pequeña casa de negocio y la vivienda del colono Quintana, que es también Juez de Paz.